jueves, 31 de marzo de 2011

La Carta de Colón anunciando el descubrimiento


Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, vos escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador [isla Watling] a comemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción [Cayo Rum]; a la tercera Fernandina [Isla Long]; a la cuarta la Isabela [Isla Crooked]; a la quinta la isla Juana [Cuba], y así a cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana, seguí yo la costa de ella al poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la provincia de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la costa de la mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las cuales no podía haber habla, porque luego huían todos, andaba yo adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades o villas; y, al cabo de muchas leguas, visto que no había innovación, y que la costa me llevaba al setentrión, de adonde mi voluntad era contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo tenía propósito de hacer de él al austro, y también el viento me dio adelante, determiné de no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta un señalado puerto, de adonde envié dos hombres por la tierra, para saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no cosa de regimiento; por lo cual se volvieron.
Yo entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados, como continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la cual luego puse nombre la Española y fui allí, y seguí la parte del setentrión, así como de la Juana al oriente, 188 grandes leguas por línea recta; la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos en la costa de la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y altas, y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás pierden la hoja, según lo puedo comprehender, que los ví tan verdes y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras en el mes de noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis o ocho maneras, que es admiración verlas, por la deformidad hermosa de ellas, mas así como los otros árboles y frutos e hierbas. En ella hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de muchas maneras de aves, y frutas muy diversas. En las tierras hay muchas minas de metales, y hay gente en estimable número. La Española es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos e hierbas hay grandes diferencias de aquellas de la Juana. En ésta hay muchas especierías, y grandes minas de oro y do otros metales.
La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado. Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé por fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen noticia de lo que había en aquellas partes, así fue que luego entendieron, y nos a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan habido conmigo; y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las villas cercanas con voces altas: venid, venid a ver la gente del cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso. Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera de fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores; y algunas son mayores que una fusta de diez y ocho bancos. No son tan anchas, porque son de un solo madero; mas una fusta no terná con ellas al remo, porque van que no es cosa de creer. Y con éstas navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías. Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada uno con su remo.
En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que determinaran Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa fe, a la cual son muy dispuestos.
Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de la mar por la derecha línea de occidente a oriente por la isla de Juana, según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que Inglaterra y Escocia juntas; porque, allende de estas 107 leguas, me quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado, la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente con cola; las cuales provincias no pueden tener en longura menos de 50 o 60 leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo, los cuales saben todas las islas.
Esta otra Española en cierco tiene más que la España toda, desde Colibre, por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Viscaya, pues en una cuadra anduve 188 grandes leguas por recta línea de occidente a oriente. Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual, puesto que de todas tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas sean más abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo por de Sus Altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan cumplidamente como de los reinos de Castilla, en esta Española, en el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de todo trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión de una villa grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad; y en ella he hecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del todo acabada, y he dejado en ella gente que abasta para semejante hecho, con armas y artellarías y vituallas por más de un ano, y fusta, y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se preciaba de me llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la voluntad a ofender esta gente, él ni los suyos no saben que sean armas, y andan desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos que hay en el mundo; así que solamente la gente que allá queda es para destruir toda aquella tierra; y es isla sin peligros de sus personas, sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los hombres sean contentos con una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las mujeres me parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido entender si tienen bienes propios; que me pareció ver que aquello que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas comederas.
En estas islas hasta aquí no he hallado hombres mostrudos, como muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento, ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y no se crían adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de la línea equinoccial veinte y seis grados. En estas islas, adonde hay montañas grandes, allí tenía fuerza el frío este invierno; mas ellos lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que mostruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros. Estos son aquéllos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil, salvo arcos y flechas, como los sobredichos, de cañas, y se arman y cobijan con launes de arambre, de que tienen mucho.
Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de ésta y de las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho este viaje, que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus Altezas me darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas mandarán, y almástiga cuanta mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se ha hallado salvo en Grecia en la isla de Xío, y el Señorío la vende como quiere, y ligunáloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré, que habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de navegar; solamente en la villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado y bien asentado. Y a la verdad, mucho más hiciera, si los navíos me sirvieran como razón demandaba.
Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen imposibles; y ésta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjectura sin allegar de vista, salvo comprendiendo a tanto, los oyentes los más escuchaban y juzgaban más por habla que por poca cosa de ello. Así que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos rey e reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no solamente la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio y ganancia.
Esto, según el hecho, así en breve.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero, año 1493.
Hará lo que mandaréis
El almirante.
Después de ésta escrita, y estando en mar de Castilla, salió tanto viento conmigo sul y sueste, que me ha hecho descargar los navíos. Pero corrí aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En todas las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo; adonde yo fui en 33 días, y volví en 28, salvo que estas tormentas me han detenido 13 días corriendo por este mar. Dicen acá todos los hombres de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas de naves.
Fecha a 4 días de marzo.
[El original de esta carta de Colón ha desaparecido. Se conservan varias versiones en español, italiano y latín. Nuestra edición electrónica sigue la cuidadosa edición de Lionel Cecil Jane, en su obra Selected Documents Illustrating the four Voyages of Columbus. 2 vols. London: The Hakluyt Society, 1930. Vol. I, 2-19]

jueves, 17 de marzo de 2011

¿La literatura infantil es literatura?

Casi ignorados por la academia y la crítica, los libros que encuentran a sus lectores entre los niños y jóvenes tienen un rol en su formación y un lugar considerable en el mercado. Autores y especialistas lo analizan como producto cultural, en su función pedagógica y el espacio que queda para la imaginación.

POR IVANNA SOTO

Son los padres quienes compran y leen primero los libros orientados a niños, una disciplina que no tiene ni una cátedra en la Universidad de Letras pero varios estantes en las librerías. Entonces, ¿se trata de literatura infantil o literatura “a secas”? En un encuentro a propósito de la presentación de Torre de Papel y Zona Libre 2011, dos colecciones de la editorial Norma destinadas a un público infantil, autores y especialistas buscaron delimitar sus alcances y plantear preguntas acerca del papel de la crítica, su función pedagógica y su rango como producto cultural.

En principio, la llamada literatura infantil o juvenil no existió hasta el siglo XIX simplemente porque no se entendía la infancia como un período diferenciado. Entonces, la literatura a la que accedían los niños era la misma que estaba destinada a un público adulto, pero era pasible de tantas lecturas e implicaciones políticas, morales y religiosas como lectores se encontraran con ella. “Las obras tienen que ser para todos, no tiene que haber dos literaturas”, dictaminó en el inicio el chaqueño Gustavo Roldán, autor de El último dragón, cuyo protagonista adopta como padre a un sapo. “Me crié en el monte escuchando historias y no había una diferencia: si había un grande, era para grandes, si había un chico, era para chicos”, señaló.

A pesar de su entusiasmo, conoce que las clasificaciones en la actualidad no funcionan de ese modo y son escasas las situaciones en las que se eleva la literatura infantil a un producto cultural del mismo rango que la Literatura en general: se niega su calidad y se la toma como una adaptación de menor nivel de las creaciones adultas a la mentalidad y experiencia del niño.

Así lo entiende la academia, que excluye a la literatura orientada a niños del programa de las cátedras que abordan a la literatura en general, relegándola a seminarios aislados y específicos. Mirta Gloria Fernández, egresada de la carrera de Letras de la UBA y docente del Seminario de Literatura Infantil en la misma facultad, puede dar fe de ello, y va más allá: “Tampoco se institucionaliza la crítica en la literatura infantil, y esto supone una paradoja: porque al no haber crítica negativa hay más libertad por parte de los escritores. Sin embargo, el hecho de que no haya meta-discursos circulando alrededor de los montones de obras que se editan, no implica que la literatura infantil esté en los márgenes del capitalismo, sino al contrario: es el género que más vende”.

Martín Blasco, autor de El bastón de plata, una novela histórica ambientada en la España islámica, cree dar en la diferencia: “La única condición real de la literatura infantil y juvenil no es que está dirigida a los jóvenes, sino que tiene que tener en cuenta que el lector que la va a agarrar no tiene una cultura previa”, explicó. “La edad no es criterio de diferenciación”, opinó Fernández, que añadió que la literatura infantil no se trata de un subgénero sino que se podría pensar como un macro-género, en la medida que en su interior se despliegan distintos géneros, como la ciencia ficción, la poesía, los clásicos ilustrados, entre otros.

“A la hora de escribir, el género define la escritura, porque cuando trabajás en un libro para adultos lo hacés de manera distinta que cuando está dirigido a chicos. Una vez que tengo definido el público, trabajo dentro de los límites que produce el género en cuestión”, comentó Sergio Olguín, autor de Cómo cocinar un plato volador, una historia sobre el encuentro entre un padre separado y su hijo. “Tanto mis novelas juveniles como de adultos son de género policial. En este caso la ciencia ficción es una excusa, podría haber sido el género fantástico o incluso un cuento maravilloso, pero tenía ganas de trabajar algo distinto de lo que me permito hacer cuando escribo literatura para adultos”, agregó.

¿Hay temas para los lectores niños? No según Roldán: “Todos los temas son para el público infantil, especialmente los grandes. A los chicos les interesan las temáticas más fundamentales que les interesan a los grandes, no los temas tontos”. Pero no sólo los niños son lectores de estos libros. Para Mirta Fernández, la literatura infantil cuenta con un doble receptor: los padres y los chicos. “Lo que deseamos la mayor parte de los adultos es que los niños lean. Pero, ¿coincide el deseo infantil con la propuesta adulta? Los niños leen, en gran parte, desde un horizonte ajeno a los afanes disciplinantes, ya que aún no están presos de arengas mitigadoras, ni de discursos políticamente correctos”, señaló.

Pero el lector adulto, según su opinión especializada, “es resultado de una operación que pregona la subalteridad de la literatura con respecto a la ética, la moral o la ideología”, donde las instituciones que seleccionan las obras cobran importancia. A lo largo del tiempo, fueron sucediéndose distintas representaciones uniformizantes de la infancia que cambiaban según los condicionamientos de cada época; y la literatura infantil, que está asociada a las categorías de la infancia y los avatares políticos y económicos, fue adaptándose.

“La escuela es la que determina cómo es la literatura infantil de cada tiempo y está asociada a lo que la sociedad necesita que se construya como idea de infancia. El riesgo siempre en este campo es que queda la finalidad pedagógica demasiado al descubierto; el libro de literatura infantil suele adolecer de un discurso ejemplificador”, remarcó Fernández. Roldán compartió la posición, y señaló: “Hay demasiados educadores –los padres, la policía, la escuela y las iglesias–; la función de la literatura es cualquier cosa menos esa. Que de paso también educa, sí, pero esa no es su función”.

En la actualidad, la literatura infantil como domesticadora del niño está más vigente que nunca según Fernández. “El niño hoy está más condicionado que antes por lo que el adulto quiere que él sea –explicó; con el advenimiento de las nuevas tecnologías, su espacio de imaginación está más invadido y censurado, y ya no le queda lugar para la creación propia” –sentenció. “Toda literatura siempre va a tener una ética, dado que siempre va a estar allí el valor apreciativo de un sujeto, pero la literatura infantil debería cuidarse de quedar pegada a determinados valores. El mensaje estético no debe estar soslayado por un mensaje moral o ideológico; la obra debe ser polisémica”. 
Ni subgénero ni género menor, a modo de conclusión el encuentro arribó a la certeza de que “la literatura infantil –en palabras de Fernández – no es literaturita”.
Revista Cultural Ñ - 16/03/2011 

domingo, 13 de marzo de 2011

Ken Robinson: Changing Paradigms (Spanish) Excelente!

Verdad y ficción del discurso


Mi reino por una voz
¿Qué se esconde tras el film El discurso del rey? Los entretelones del vínculo entre un monarca y el hombre que lo rescató de la tartamudez

Domingo 13 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa Revista La Nación


El futuro rey Jorge VI de Inglaterra, con su esposa Elizabeth a su lado, camina nerviosamente hasta el micrófono en el Empire Stadium en Wembley para pronunciar un discurso, situación que ha estado temiendo desde hace semanas. Desde su primera infancia, Bertie, como se lo conoce en la familia real, se ha visto afectado por un tartamudeo que hace difícil, incluso, una conversación normal, y convierte los discursos públicos en una prueba terrible. Al abrir la boca, la multitud escucha atenta, pero él vacila y apenas puede pronunciar una palabra. Su humillación es total.
Así comienza El discurso del rey, con Colin Firth como el rey y Helena Bonham Carter como su esposa. El film, que además de lograr la aclamación de la crítica en todo el mundo se convirtió en el gran ganador de los premios Oscar (mejor película, director, guión original y actor principal), cuenta la verdadera historia entre George, el padre de la actual reina, y Lionel Logue (interpretado por Geoffrey Rush), un terapeuta del habla australiano que le enseñó a superar su tartamudeo.
El discurso del rey llega a la pantalla cuando la Casa de Windsor se prepara para otro hito: el casamiento, el 29 de abril, del príncipe William, bisnieto de George, con Kate Middleton. El Palacio de Buckingham se ha negado a revelar si la reina vio la película.
¿Quién fue el verdadero Lionel Logue y cómo fue que el hijo del dueño de un bar en Adelaide, sin nada especial, se encontró en el centro del establishment real británico? Se narra la verdadera historia de los eventos que inspiraron el film en un nuevo libro, The King's Speech: How One Man Saved the British Monarchy (El discurso del rey: cómo un hombre salvó a la monarquía británica), basado en los diarios de Logue y otros documentos recolectados por el nieto del terapeuta del habla, Mark.
Un soberano problema
El futuro rey consultó a Logue en 1926. Logue había comenzado su carrera enseñando expresión, pero durante la Primera Guerra Mundial usó su capacidad para ayudar a soldados australianos que sufrían de desórdenes del habla como resultado de un shock y de ataques con gases. En 1924, a los 44 años, buscó fortuna en Gran Bretaña, y llevó a su esposa y sus tres hijos. Viajaron en tercera clase.
Bertie necesitaba ayuda. Había comenzado a tartamudear a los 8 años y su situación empeoró cuando se lo ungió como el duque de York en 1920. Su humillación en Wembley fue peor porque junto con Elizabeth, con la que se había casado en 1923, enfrentaba la perspectiva de una gira de alto perfil en Australia y Nueva Zelanda.
El duque ya había visto muchos expertos, ninguno de los cuales lo había ayudado, pero su esposa (conocida luego como la reina madre) lo persuadió de que hiciera un último intento. Luego de la primera consulta, Logue escribió su diagnóstico en una pequeña tarjeta. "Mente: Bastante normal, tiene tensión nerviosa aguda provocada por el defecto. Físico: buen físico, con buenos hombros, pero cintura muy floja." Indicó ejercicios de respiración y trabalenguas, combinado con una especie de terapia hablada freudiana. Con el tiempo, su duro trabajo comenzó a dar frutos.
Fue llamado al Palacio de Buckingham para ayudar al rey a prepararse para su coronación, el 12 de mayo de 1937. Durante la Segunda Guerra Mundial la relación entre los dos hombres se volvió más intensa. Cuando el rey hizo una transmisión clave en la noche del 3 de septiembre de 1939, el día que Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania, Logue ensayó el discurso con él y lo acompañó durante la transmisión.
"En esta hora terrible -comenzó el rey-, quizás la más dura de nuestra historia, envío este mensaje a los hogares de mis pueblos tanto aquí como en el extranjero, hablando con el mismo sentimiento profundo para cada uno de ustedes que si estuviera en la puerta de sus casas y les hablara en persona."
Al desvanecerse la luz roja, Logue se volvió hacia él: "Felicitaciones por su primer discurso en tiempo de guerra", dijo. El rey contestó simplemente: "Supongo que habrá muchos más". Estaba en lo cierto: en los siguientes seis años Logue fue convocado docenas de veces al Palacio de Buckingham, a Windsor o Sandringham. ¿Cuánto sabía el pueblo británico de esta relación extraordinaria y por qué, más de medio siglo después, se convirtió finalmente en un film? En vida del rey los diarios escribieron poco acerca de este problema. Logue sabía que cualquier intento de aprovechar sus relaciones con la familia real acabaría con todo vínculo. Pero anotó detalles de sus encuentros en sus diarios y guardó muchas cartas que el rey le envió, sin divulgarlas.
Cuando David Seidler, un guionista británico que vive en California, tomó contacto con el segundo de los hijos de Logue, Valentine, a comienzos de los años ochenta, pidiendo acceso a su diario para una obra que pensaba escribir sobre los dos hombres, se le indicó que consultara con la reina madre. "Por favor, señor Seidler, no mientras yo viva -respondió ella-. "El recuerdo de estos eventos es demasiado doloroso."
Secretos de familia
Seidler, que de chico tartamudeaba y era monárquico, accedió al pedido, aunque nadie hubiera podido predecir que la reina madre, que ya superaba los 80 años, viviría dos décadas más. Pocos meses después de su muerte, Seidler comenzó a escribir, aunque al no contar con el diario, tenía pocos detalles de la vida de Logue. La obra se representó, sin ensayos, en 2005, en un teatro marginal de Londres. Entre el público se encontraba Meredith Hooper, una escritora australiana que pensó que sería un proyecto perfecto para su hijo Tom Hooper, director de cine. Mientras tanto, el guión había pasado por Rush, a quien le encantó. Y luego se sumo Firth.
¿Pero qué hay de los diarios? Valentine Logue había muerto hacía mucho y Seidler había perdido toda esperanza de encontrarlos. Cuando el film se encontraba en preproducción en Londres en el verano de 2009, un investigador se puso en contacto con un sobrino de Valentine, Mark, que vivía a pocos kilómetros del estudio.
Buscando entre los papeles de la familia, Mark Logue encontró no sólo el diario, sino también cartas, recortes de periódicos y fotografías. También había copias de varios discursos del rey con marcas hechas por su abuelo, que indicaban dónde hacer pausas y respirar. Se hicieron cambios urgentes, de último minuto, en el guión de Seidler, para incorporar diálogos de la vida real y otros detalles históricos.
Entonces, en julio pasado, llamó una prima para decir que ella también había encontrado documentos en su altillo en Rutland, Inglaterra central. Para el film ya era demasiado tarde, pero aportó material para el libro que Mark Logue ahora estaba decidido a escribir. Entre esos papeles había una carta de la reina madre, enviada a Logue después de la muerte de su esposo en febrero de 1952. "Sé quizá mejor que nadie cuánto ayudó usted al rey, no sólo con su habla, sino también con toda su vida y su visión de la vida", escribió. "Siempre estaré profundamente agradecida a usted por todo lo que hizo por él."
Para Logue, que murió al año siguiente, no pudo haber mejor epitafio.
Por Peter Conradi / The Sunday Times 
Traducción de Gabriel Zadunaisky
PREMIOS Y LIBROS
Era la favorita y cumplió con las expectativas: en la última ceremonia de los Oscar El discurso del rey se erigió como la gran ganadora, con los premios a mejor actor (Colin Firth, foto), director, película y guión original. Casi en paralelo, Mark Logue y Peter Conradi publicaron The King's Speech: How One Man Save the British Monarchy, sobre los hechos que inspiraron al film:www.the-kings-speech.com

sábado, 12 de marzo de 2011

La eñe también es gente

La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el unicornio. Todos evasores de la eñe. ¡Señoras, señores, compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta la apócope. Ya nos han traducido el pochoclo. Y como éramos pocos, la abuelita informática ha parido un monstruoso # en lugar de la eñe con su gracioso peluquín, el ~. ¿Quieren decirme qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿En los pagos de Añatuya cómo cantarán Añoranzas? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce consonante de la lengua guaraní? "La ortografía también es gente", escribió Fernando Pessoa. Y, como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K. Otros, pobres morochos de Hispanoamérica, como la letrita segunda, la eñe, jamás considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui. A barrerla, a borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas, sólo porque la ñ da un poco de trabajo. Pereza ideológica, hubiéramos dicho en la década del setenta. Una letra española es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada también por pereza y comodidad. Nada de hondureños, salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos! Sigamos siendo dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño, pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta. No faltará quien ofrezca soluciones absurdas: escribir con nuestro inolvidable César Bruto, compinche del maestro Oski. Ninios, suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar, salvo que la Madre Patria retroceda y vuelva a llamarse Hispania. La supervivencia de esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la hoguera dónde se debate nuestro discriminado signo.
Letra es sinónimo de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.
"La eñe también es gente" por María Elena Walsh