En busca de la voz del alma
El Romanticismo, a pesar de ser un movimiento predominantemente literario, se halla sustentado por una filosofía. El hombre no acepta su entorno, entonces lucha o se evade. Surge así, en la obra literaria, otra concepción de la realidad, que podríamos llamar realidad simbólica.
Los denominados temas románticos son verdaderos símbolos que ocultan un yo –ese imperio del yo[1]- en pugna por ser lo que considera debe ser y que no encuentra su centro por estar demasiado encerrado en sí mismo. La suma de esos símbolos da a luz otro: la falta de libertad. El romántico se cautivo[2], porque ese abismo entre lo que siente que es y lo que considera su deber ser lo coarta desde el punto de vista de la acción. Sepultado el edificio colonial, la sombra de la guerra, después de largas y costosas experiencias, el desorden político y moral, pesan sobre él y lo mandan a la búsqueda de su mundo interior. De ahí su necesidad de proyectar en su dintorno lo que vive dentro de sí[3]: tristeza, melancolía, desilusión, impotencia, duda: suele refugiar su soledad en las sombras, símbolo de su confusión de valores, o en el lúgubre panorama de un pasado en ruinas, símbolo de una vida muerta que renace luminosa en el recuerdo, único asilo o “tercer reino”[4] para gozar, con los ojos abiertos, el sueño de la libertad. La incapacidad para conseguir su ideal genera ese estado de alma. Desde su punto de vista, la realidad refleja un desorden; esto explica su violencia contenida o su rebeldía ante la falta de respuestas. No es feliz, porque no goza de la verdad. La felicidad se torna una infinita e irrealizable aspiración, trascendente al mundo.
El romántico quiere reconstruir su vida –restablecer el orden perdido-, herida por tantos sufrimientos. El desolado presente es, entonces, su prisión; por eso recurre al pasado o el porvenir.
Sus características sobresalientes son:
· una existencia vacía y silenciosa;
· la eterna lejanía de la dicha;
· un fatalismo terrible: nadie puede huir de su destino;
· la superstición;
· su estadía entre la vida y la muerte;
· el concepto de eternidad como sombra pavorosa que todo lo envuelve
Recorre, pues, los siguientes temas-símbolos para proyectar su yo:
1) la naturaleza, prolongación de la sensibilidad. (Hispanoamérica ama su naturaleza pródiga, nace en ésta época un sentimiento regional).
2) la valoración de la Historia. El tema político.
3) Ideales de libertad y de progreso
4) El amor a la patria
5) La voluntad de gloria
6) El héroe
7) La familia
8) La eternidad del amor
9) La mujer
10) Las cartas y las flores
11) Lo exótico
12) Lo fantástico o el vuelo hacia las inmensas regiones de la imaginación.
13) Exaltación del yo, única medida y única norma.
14) La vida y la muerte. El anhelo de evasión
15) El inexorable destino
16) La religión
17) El costumbrismo
[1] Durante el Renacimiento, el hombre es centro de irradiación; está abierto al mundo y es parte de él. En el Romanticismo se produce el proceso opuesto: ha cerrado los ojos a la realidad objetiva y la ve como quiere verla, pues vive una especie de espejismo de perfección que genera una actitud egocéntrica. A pesar de ello, es consciente de que vive un mundo diferente del real y de que no puede reemplazarlo.
[2] Su anhelo de libertad comprende distintos aspectos: político, social, poético, religioso y moral.
[3] Ese entorno se convierte en consecuencia y extensión del romántico. Por lo tanto, lo que escribe hace referencia a una realidad ideal, subjetiva, es decir, a su realidad.
[4] Es el ensueño, la vida interior u el mundo ideal.
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