miércoles, 26 de septiembre de 2012

Poemas para TP 5to


Buenos Aires

Buenos Aires:
cuadriculada fe de las ausencias,
inhóspita paciencia de los barrios,
contrabando de puertas y balcones,
antecedente lúcido de penas
y la esquina que juega con la muerte.


Buenos Aires:
inmigrante sudor de la esperanza,
horizonte de pampa en el suburbio,
luna prestada, Cruz del Sur herida,
calvario de empedrado en el asfalto
y el auriga soñando en el volante.

Buenos Aires:
grosera cortesía apresurada,
juvenil delincuencia sin apremios,
atropellada sombra de cemento,
rumbo de estrella para la montaña
y el lucero confinado en los relojes.

Buenos Aires:
tonada de milonga en el abrazo,
paso quebrado de cuchillo y suerte,
pantalón de trencilla sin requiebro,
angustia del pasado en las guitarras
y los sones extraños pirateando.

Buenos Aires:
ciudad de los milagros y la espera,
antesala de arado y de galope,
corazón de la tierra y su paisaje,
calcinada emoción de los recuerdos
y el río confirmando su destino.

Buenos Aires:
pulso en la sangre de la patria grande.

Victor Luis Molinari


Aquí estoy …

Aquí estoy,
yo, todos los habitantes
que la ciudad ha parido
solita, solita…

Aquí estoy,
yo, todas las luces de Corrientes
y las fuentes de los parques
y los caminitos de los barrios,
las glicidas, los jazmines
y los abuelos que se hamacan
en las vereda.

Aquí estoy,
yo, todas las esperanzas mutiladas,
y las noches de sueños y fantasmas
y los cirujas del suburbio
y los trenes envueltos de sudor
y cansancio.

Aquí estoy,
yo, busco mi identidad en la ciudad
ella es el doloroso espejo donde mi
alma se mira,
y la única ventana por donde mi
corazón asoma su adolescente idilio.

Este amor

Amo una ciudad de calles solitarias,
y hombres desconocidos,
amo una ciudad de inviernos inseguros
y veranos tiernos,
amo la noche de la paz
y los días de coraje y miedo
de sus habitantes.
Siento la blandura de los enojos
y la pasión de la amistad, en todas partes.
Siento mucho apuro de vivir y
la parálisis de la muerte, rondando …

Amo una ciudad de cielo y horizonte,
de calles sucias y de zaguanes,
de promesas y olvidos,
de penumbras …

¡Si supieras!
¡qué nostálgico y hondo
es este amor!
¡Ah! ¡si lo supieras!

Graciela Pericón


Buenos aires mi amante

Buenos Aires como una extraña amante
me sonríe descalza desde un lejano patio
que habita la ambigüedad de mi memoria.

Ya por los visillos que abren las ventanas
del recuerdo veo la atmósfera de los espejos
donde se arrastran personajes urdidos
por las telarañas de que dejan los días.

Todo surge igual a una escena sedienta
que me lleva hacia una historia más intuida
que vista.

Entonces por los desniveles de mi imaginación
siento la ansiedad de sus calles
-mujer de ojos de pájaro alucinado.
como una sangre que corre por los canales
de la fatalidad.
Es una barcarola que danza meciéndome
en la densidad del sueño.

Atilio Jorge Castilpoggio

A Buenos Aires

Primogénita ilustre del Plata,
En solar apertura hacia el Este.
Donde atado a tu cinta celeste
Va el gran río color de león;
Bella sangre de prósperas razas
Esclarece tu altivo salvaje
Pinta su nombre sazón.

Arca fuerte de nuestra esperanza.
Fuste insigne de nuestro derecho.
Como el bronce leal sobre el pecho
Asegura al país tu honra fiel.
La genial Libertad, en tu cielo
Fino manto a la patria blasona,
Y eres tú quien le porta en corona
El decoro natal del laurel.

En tu frente, magnífica torre
De la estirpe, tranquila campea
corno amable paloma la idea
De ser grata a los hombres de paz...
esperanza la impulsa y, parece
Cuando así su remonte acaudalas.
Que de cielo le empluma las alas
Aquel soplo pujante y audaz.

Joya humana del mundo dichoso
Que te exalta a su bien venidero.
Como el alba anticipa al lucero
Aun dormida en su pálido tul,
Cada vez que otro día dorado
Te aproxima a la nueva ventura.
Se diría que el sol te inaugura
Sobre abismos más hondos de azul.

Certidumbre de días mejores
La igualdad de los hombres te inicia
En un vasto esplendor de justicia
Sin iglesia, sin sable y sin ley
Gajo vil de ignorancia y miseria
Todavía espinando retoña
Sobre la áspera Cruz de Borgoña
Que trozaste en los tiempos del rey.

Leopoldo Lugones


lunes, 20 de agosto de 2012

Figuras retóricas para analizar poemas!


Figuras propias del plano sonoro
Aliteración: consiste en la repetición de consonantes (la misma o del mismo tipo). Dicha repetición puede ser simple o expresiva, caso en el que se corresponde con el objeto apuntado, intensificando una relación.
Anáfora (también pertenece al plano sintáctico): consiste en la repetición de una palabra (o más) al comienzo de varios versos, frases, o miembros de frase.
Elisión: consiste en la desaparición de una vocal que queda asimilada a otra.
Onomatopeya: grupo de sonidos que pretende “reproducir” un rumor o, más modestamente, imitarlo, produciendo un equivalente verbal.

Figuras propias del plano semántico
Alusión: consiste en decir una cosa con la intención de hacer entender otra. Se han distinguido tres tipos de alusión: mitológica, histórica y nominal.
Antítesis: consiste en establecer un fuerte contraste entre dos conceptos.
Comparación: relación de semejanza establecida entre dos objetos /personas, situaciones), de los cuales uno sirve para evocar al otro.
Eufemismo: figura de pensamiento por medio de la cual se dulcifica la expresión de una idea juzgada demasiado dura o brutal. Por ejemplo: No tiene muchas luces, en lugar de No entiende nada.
Hipálage: consiste en atribuir a un objeto el comportamiento que conviene a un objeto próximo.
Hipérbole: consiste en una exageración. Puede ser una comparación o una metáfora exagerada: puede haber hipérbole en el lenguaje cotidiano y predeterminadamente directo. Por ejemplo: Te esperé bajo la lluvia mil horas. O bien te quiero hasta el cielo. Así mismo el poema de Quevedo “A una nariz” es una gran hipérbole.
Metáfora: comparación abreviada: sustitución de la palabra que remite al objeto de la comparación por la palabra-imagen. Este es un modo posible de definir la metáfora. Podría decirse que consiste en atribuir un significado al significante que, denotativamente, no le corresponde: llamar “flor” a la juventud; “fuego” a la pasión o “reino de lo desconocido” a la muerte.
Metonimia: consiste en denominar algo de un modo “impropio”, a partir de las relaciones de asociación o contigüidad que pueden efectuarse entre objetos, personas, o situaciones. Así “tu rostro” es metonimia de “tu”.
Oxímoron: es una antítesis en que se asocian palabras de sentido opuesto o contrapuesto, una de las cuales parecería excluir lógicamente a la otra.
Prosopopeya: personificación, o sea, atribución de actitudes y rasgos propios de personas o seres que no lo son, sean animados o no animados, abstractos o concretos.
Sinécdoque: es un caso particular de la metonimia. En esa relación de asociación, se nombra la parte por el todo.

Figuras propias del plano sintáctico
Asíndeton: consiste en la supresión del término que conecta dos proposiciones, de modo que su relación lógica se imponga en el pensamiento del oyente o lector. Por ejemplo “Has obedecido: me escucharás” (el término faltante es “por lo tanto”) Para algunos retóricos asíndeton es lo mismo que disyunción.
Elipsis (también en el plano semántico): consiste en la supresión de una palabra necesaria para la comprensión de una frase, pero que queda sobrentendida. Este recurso trasciende la mera oración: en un relato, hay una elipsis cuando hay que sobrentender un hecho que no ha sido relatado, que no ocupa en la extensión del discurso narrativo un espacio material.
Enálage (también en el plano semántico): Consiste, en el caso de sustantivos acompañados de adjetivos, en el intercambio de los adjetivos; así, se le atribuye al sustantivo 1, el adjetivo 2 y al sustantivo 2 el adjetivo 1.
Hipérbaton: consiste en la ruptura del orden sintáctico habitual o considerado habitual: sujeto / verbo / complemento. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Para saber como suena

Para los chicos de Segundo.

En esta página http://es.forvo.com/ pueden escuchar las palabras de la novela que están en francés. Así vamos a saber bien cómo se pronuncian!

Martín Kohan - Una pena extraordinaria


UNA PENA EXTRAORDINARIA

Mañana, al amanecer, voy a ser ejecutado. Aquí, para peor, consideran que el primer albor que comienza a verse en el horizonte es ya el amanecer, sin que haga falta esperar a que el sol aparezca en el cielo. Por eso, presumo, establecieron las seis en punto de la mañana como hora exacta para proceder a mi ejecución: a esa hora (estamos en mayo) no va a ser cabalmente de día; más bien va a estar, como se suele decir, clareando. Para cuando sea de día. cabalmente de día. yo voy a estar muerto.
Nadie dice, desde luego, que mañana, al amanecer, me van a matar. Dicen, a veces, que me van a ajusticiar (es decir, que me van a aplicar la justicia; pero también a quien es declarado inocente, siempre y cuando lo sea y no se valga de un falso ardid para parecerlo, se le aplica la justicia, y pese a ello, no se dice de él que lo ajusticien). Lo que casi siempre dicen, como yo lo he dicho recién, es que me van a ejecutar, y lo que me gusta de la expresión (de la expresión, no del hecho) es que cuando se habla de una cosa, no de una persona, cuando se dice que hay que ejecutar algo, y no a alguien, la idea es la de hacer esa cosa: crearla o concretarla. Aplicada a mí, en este caso, la palabra adquiere el sentido exactamente contrario.
En una celda estrecha y banal, una celda que no es ni siquiera aquella en la que pasé los meses que demoró mi proceso y que llegó a tener, inesperadamente, algo que ver conmigo, no hago otra cosa que esperar que el tiempo pase. Estoy sentado en el camastro de metal, fumando; a través de los barrotes y del cerrojo veo al guardián ir y venir. No tengo ganas de hacer nada. Dentro de seis horas voy a ser ejecutado (acaban de dar las doce: hoy ya es el día de mi muerte). Lo más extraño de todo es la forma en que se ha transformado mi noción de futuro. Podría tratar de dormir, pero me parece inútil hacer algún esfuerzo por dormir cuando dentro de un rato voy a entrar en lo que la expresión vulgar, e incierta, denomina el sueño eterno. Podría tratar de leer algo, pero tendría que ser algo breve: si empezara a leer una novela ahora, no llegaría a terminarla.
De manera que estoy aquí, en la celda, recostado contra la pared, los pies colgando, sin hacer nada. Espero y dejo que el tiempo pase, pero la verdad es que no podría no esperar (para no esperar tendría que suicidarme, pero son ellos, y no yo, los que deben encargarse de la ejecución), ni podría tampoco evitar que el tiempo pase. Fumo, eso sí, y veo pasar al guardia, de un lado para el otro, por delante de la puerta de mi celda: primero nada, después su sombra, después él, después su sombra, después nada; y después lo mismo, de nuevo, pero desde el otro lado.
Mi guardia, el que ahora es mi guardia, mañana, al amanecer, es decir dentro de seis horas, va a ser probablemente mi verdugo (considero verdugos a los que me van a llevar hasta la cámara, me van a hacer pasar, me van a hacer sentar en una silla, me van a atar las muñecas y los tobillos con poderosas correas, me van a palmear, van a salir de la cámara y van a cerrar con toda firmeza una puerta gruesa e indudable: esos serán, para mí, mis verdugos, y no el que se ocupe de bajar la palanquita para que la corriente me atraviese). Este guardia, como toca a todo guardia, ahora me vigila, me custodia: vela por mí. Mañana, sin dejar de ser mi guardia, va a convertirse también en mi verdugo, y con el mismo aire sereno e indiferente con el que ahora me cuida, mañana me va a matar.
Siento un poco de frío y me cubro las piernas con una manta gris que hay a los pies del camastro (nadie podría suponer que un trapo tan corto vaya a servirle a alguien que quiera taparse con él para echarse a dormir). Lo único que se oye es el tintineo de las llaves que cuelgan, como es propio de todo carcelero, de la cintura del guardia; sus pasos, en cambio, son silenciosos, probablemente tenga suelas de goma y sea eso lo que da la impresión de que algo falta a su taconeo enérgico y regular. Camina con las manos cruzadas detrás de la espalda, como si estuviese reflexionando sobre algo, cosa que dudo; sabe que lo miro cada vez que pasa por delante de la puerta de barrotes, pero él nunca me mira a mí. Debe creer que, si me mira, voy a hablarle, que algo voy a decirle, y entonces él tendría que contestarme o dejarme sin respuesta, y como mañana, cuando salga el sol, yo ya voy a estar muerto, mi guardia seguramente preferirá no haber estado conversando conmigo; pero tampoco se sentiría bien, y de ahí su ajenidad, dejando sin respuesta a un muerto inminente como yo. Entonces va y viene sin hablarme y sin mirarme, para que tampoco yo le hable, y si en algún momento piensa en mí, ha de sentir deseos de que de una vez por todas empiece a amanecer.
Hasta entonces, sólo queda esperar, y nadie supone que vaya a pasar nada. Algo pasa, sin embargo: de pronto suena un timbre. Mi guardia le avisa a otro, a quien yo no alcanzo a ver, y ese otro habla por un teléfono o un intercomunicador o lo que sea. Oigo palabras sueltas de su voz confusa y distante. Pasa un rato y mi guardia se aparta de la línea monótona de su deambular; ahora sí se oyen pasos, y otra vez ruido de llaves, pero no el tintineo de las llaves que cuelgan y chocan entre sí, sino el chirrido que hacen cuando abren y cierran puertas.
Es un funcionario: viene a verme. Entra en la celda, por lo que mi guardia, en lugar de retomar su ir y venir, se queda plantado frente a la puerta (mira al piso: es su forma de vigilar la escena en general, sin que parezca que se inmiscuye en la tarea del funcionario). El funcionario me da la mano, me dice su nombre, me pregunta como estoy. La mano se la doy floja, su nombre lo olvido y a la pregunta, por absurda, la paso por alto. Pero es evidente que no hay nada que pueda quebrantar su amabilidad a ultranza: es parte de la política de humanización de las ejecuciones. Quieren demostrar que en todo momento, incluso al matarme, me consideran como persona (por esa razón me evitan una muerte lenta. Siempre se asocia la electricidad con la rapidez, de ahí el uso frecuente de frases que relacionan la luz o los rayos con la velocidad y lo repentino; y es por eso que van a matarme con electricidad).
El funcionario cumple con su deber. Su deber es preguntarme si acepto que venga un cura a verme, para poder así reconciliarme con Dios antes de morir. No le digo que sí ni que no, no le digo nada, y el funcionario entiende, porque también eso ha de ser parte de su deber, que esa nada significa que no, que no me interesa que venga un cura a verme para así poder reconciliarme con Dios, que hasta tal punto la cuestión me deja indiferente, que ni siquiera me tomo la molestia de expresar mi negativa.
En ese caso, dice el funcionario, siempre con formas amables, no me queda más que consultar cuál es su última voluntad. Yo que fui, poco a poco, desprendiéndome de cada una de mis voluntades, yo que me deshice de toda voluntad para poder así sentarme a esperar que den las seis de la mañana y que amanezca, me encuentro de pronto con este funcionario que tiene el deber de preguntarme cuál es mi última voluntad, y descubro así, no sin sorpresa, que me queda, efectivamente, un deseo final, y advierto también, diré que con alegría, que ese deseo no podrá serme negado. Yo pensé que, como es común decir, estas cosas pasaban nada más que en las películas, pero lo cierto es que aquí han venido a preguntarme por mi voluntad, cuál es mi voluntad, una voluntad que, por ser la última, necesariamente va a cumplirse. Podría pedir una cena, un puro, una botella de champagne; tal vez hasta podría pedir una puta: conseguirme una que venga y sería como si yo no fuese a morir mañana, ha de ser también parte de los deberes del funcionario.
Sin embargo, mi deseo es otro: mi deseo es volver a ver a Lucía. Esa, le digo al funcionario, es mi última voluntad: ver otra vez a Lucía, antes de la ejecución. El funcionario saca, solícito, una libreta y una lapicera, y toma los datos (Lucía qué, domiciliada dónde, el teléfono cuál es). Es el pedido final de un condenado a muerte, y la última voluntad de los condenados a muerte ha de ser siempre concedida. Es decir que, aunque durante casi dos años Lucía, a veces altiva y a veces rencorosa, persistió en el rechazo de todo encuentro conmigo, esta noche, la víspera de mi ejecución, no podrá no venir.
¿Sólo verla? — me interroga el funcionario, la lapicera todavía encima de su pequeña libreta, como si también mi respuesta la tuviese que anotar. ¿Sólo verla?, sí — le digo yo —. Conversar con ella. De manera que ahora ya es otro el sentido de mi espera y de mi sensación del paso del tiempo. Desde ahora, desde el momento en que el funcionario, cumplida la primera parte de su deber, se despide con gentileza y se va, presuroso, a cumplir con la segunda, lo que espero no es tanto la temprana claridad del cielo, aunque eso va a llegar, irremediablemente, al fin y al cabo, sino el momento en el que otra vez se oiga ruido de pasos y de cerrojos abriéndose, y sea Lucía la que viene.
Ya no aguardo, como antes, sentado en el camastro, los pies colgando sin tocar el suelo, ni calmo ni inquieto. Ahora también yo, al igual que el guardia, ahí afuera, camino de un lado a otro. Yo dispongo, claro, de menos espacio para desplazarme: –si parto de la puerta de la celda, apoyando la espalda contra los barrotes, me bastan tres pasos para llegar hasta el inodoro despojado; si parto, en cambio, desde la pared, no alcanzo a dar tres pasos y estoy tocando el camastro. Lo mismo voy, con pasos largos, de un lado al otro, y ya no pienso en la mañana de mañana, sino en esta misma noche. Pienso en Lucía, que nunca quiso volver a verme y nunca quiso escuchar razones, pero que hoy vendrá porque esa es mi última voluntad de condenado a muerte. Llegará, musitará algo, se sentará en este borde del camastro, fumará; yo no voy a darle explicaciones: voy a sentarme a conversar con ella, porque mañana, a las seis de la mañana, me van a ejecutar, y no tengo otro deseo que ese.
¿Qué hora es? — le pregunto al guardia, y él, sin detenerse y sin mirarme, se fija en el reloj y dice que más de la una. Una y cinco, una y cuarto, no lo dice: dice más de la una, y entonces yo sé que faltan menos de cinco horas, algo menos de cinco horas, para que se cumpla con mi ejecución. Tal vez alguien se esté ocupando ya de algunos detalles técnicos, quién sabe; pero aunque falte menos tiempo, y no podría ser de otra manera, mi impresión es que ahora falta más, y no menos, para que den las seis.
Debo decir, para que no se crea que mi condición de condenado me es indiferente, que la idea de morir tan pronto no deja de apenarme. No es que tenga miedo del momento en que yo tiemble como un muñeco, atado a la silla, porque eso es cierto que dura poco y me imagino que todo debe acabar antes de que uno llegue a enterarse. Me apena morir tan pronto por las cosas que voy a perderme. Pero también ocurre, y lo uno no quita lo otro, que yo me había resignado a no volver a ver a Lucía y que también eso me tenía siempre amargado (sin esa amargura, no habría pasado lo que pasó). Ahora que sé que, por estar condenado a muerte, voy a volver a verla, me siento incluso feliz: me siento dichoso, si es que tengo derecho a decirlo, y la ansiedad de esperar a Lucía disminuye la angustia de la otra espera.
De pronto se oye el mismo timbre de antes, otra vez el guardia que acude e interroga, de nuevo suenan pasos y llaves en los cerrojos y puertas que se abren y se cierran. Yo estoy parado en el medio de mi celda, aunque la celda es tan pequeña que tal vez no pueda decirse que tenga bordes y tenga un centro. Miro hacia la puerta y no veo los barrotes, abro las manos, tenso, como si alguien estuviese a punto de darme algo.
Detrás del guardia, que se acerca lento, viene el doctor Valentinis. El doctor Valentinis es mi abogado defensor; yo, que deploro a los abogados en general, deploro en particular al doctor Valentinis y al modo en que se le junta saliva en la comisura de los labios cuando habla. Advierto la euforia del doctor Valentinis, la forma estúpida de su contentura: aprieta los puños, me abraza, me palmea, me dice: lo logré, lo logré. Yo lo miro con desprecio: deploro, una y mil veces, al doctor Valentinis; sueño a menudo con un mundo mejor, que no tenga abogados: un mundo aliviado, por ejemplo, del doctor Valentinis.
— ¿No entendés, pibe? — me dice, ufano, socarrón —. ¡Lo conseguí!
Detesto la jerga de los abogados, la detesto; es por eso que empiezo a golpear, como un loco, los barrotes de la celda, hasta que el guardia, presuroso ahora, viene a ver qué pasa, y entonces yo le exijo, con una firmeza que, por alguna razón, el guardia acata, que se lleve de aquí al doctor Valentinis: que lo saque de mi vista, le digo, apelando a la frase hecha, que se lo lleve, que se lo lleve muy lejos. No quiero saber nada con el doctor Valentinis, mi abogado defensor; no quiero oír esas buenas noticias que él cree traerme, no quiero oír esas noticias dichas con las palabras ásperas y grises que son propias de la jerga de los abogados: apelación, recurso, conmutación, perpetua.

Herman Melville por Jorge Luis Borges


Herman Melville

Siempre lo cercó el mar de sus mayores, 
Los sajones, que al mar dieron el nombre 
Ruta de la ballena, en que se aúnan 
Las dos enormes cosas, la ballena 
Y los mares que largamente surca. 
Siempre fue suyo el mar las grandes aguas 
Ya lo habia anhelado y poseido 
En aquel otro mar, que es la Escritura, 
O en el dintorno de los arquetipos. 
Hombre, se dio a los mares del planeta 
Y a las agotadoras singladuras 
Y conoció el arpón enrojecido 
Por Leviathán y la rayada arena 
Y el olor de las noches y del alba 
Y el horizonte en que el azar acecha 
Y la felicidad de ser valiente 
Y el gusto, al fin, de divisar a itaca. 
Debelador del mar, pisó la tierra 
Firme que es la raìz de las montanas 
Y en la que marca un vago derrotero, 
Qiueta en el tiempo, una dormida brújula. 
A la heredada sombra de los huertos, 
Melville cruza las tardes de New England 
Pero lo habita el mar. Es el oprobio 
del mutilado capitán del Pequod, 
El mar indescifrable y las borrascas 
Y la abominación de la blancura. 
Es el gran libro. Es el azul Proteo.

jueves, 28 de junio de 2012

TP Martín Fierro


Grupo 1 - Las mujeres

1.      Lean los siguientes versos de la primera parte, en la que Cruz habla de su mujer: “Las mujeres desde entonces/conocí todas en una./Ya no he de probar fortuna/con carta tan conocida: /mujer y perra parida,/ no se me acerque ninguna”
a. ¿Cuál es la posición de Fierro y de Cruz respecto de sus mujeres?
b. ¿Qué consejos dan tanto Fierro como el Viejo Vizcacha a los hijos de Fierro respecto de las mujeres? Transcriban dos.

2.      Rastreen a lo largo del poema las situaciones más relevantes que tienen por protagonista a las mujeres. Nómbrenlas y digan cuál es la actitud de los participantes de casa situación.

3.  Hagan un cuadro comparativo con la actitud que refleja cada personaje respecto del rol y las características de la mujer. Finalmente deduzcan, justificando con citas textuales, cuál es la opinión de Hernández.

4.      Busquen información acerca del papel de la mujer en la Argentina, en la segunda mitad del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Comparen si la imagen que se desprende de la obra es coherente con la que se deriva de sus investigaciones. Presten particular atención al asunto de las mujeres cautivas en relación con los malones. Escriban un informe al respecto


Grupo 2 - La importancia de los prólogos

Los prólogos suelen estableces “pactos de lectura” entre autor y lector. El autor propone su texto dentro de determinadas coordenadas que espera sean aceptadas por el lector. Desde este pinto de vista, algunos prólogos pueden considerarse como verdaderos exponentes del concepto de literatura que manejan sus autores. En su prólogo “Cuatro palabras de conversación con el lector”, que introduce La vuelta de Martín Fierro, Hernández imagina: “Ojala hubiera un libro que gozara del dichoso privilegio de circular incesantemente de mano en mano en esa inmensa población diseminada en nuestras vastas campañas, y que bajo una forma que lo hiciera agradable, que asegurara su popularidad, sirviera de ameno pasatiempo a sus lectores, pero…” A ese hipotético texto, Hernández suma una lista de acciones que debería cumplir para llegar a ser “un buen libro”

1.      Lean las acciones u objetivos que Hernández espera de este libro y resuman en una lista cinco más importantes.
2.      Busquen en la segunda parte del poema fragmentos en los que algún personaje exprese a su modo las mismas ideas que resumieron en el punto 1. Con esa información armen un cuadro de dos columnas que presente esas semejanzas. En la columna de la izquierda transcriban los fragmentos del prólogo, y en la de la derecha, los del poema.
3.      Lean la carta a don José Zolio Miguens, que funciona como prólogo a la primera partes del poema de Hernández.
a.       Resuman en breves oraciones cuatro objetivos importantes expuestos allí por el autor.
b.      Compárenlos con los expuestos en “Cuatro palabras de conversación con los lectores”, en La vuelta de Marín Fierro.
c.       Hagan un cuadro con las similitudes y diferencias en relación con los objetivos del autor para cada parte del poema.


Grupo 3 y Grupo 4 - La representación del otro

A los otros, a los distintos a uno mismo, en tanto son poco o mal conocidos, se les asigna un significado negativo y se los considera como inferiores o peligrosos. En la medida en que se avanza en el conocimiento de los otros, se perciben semejanzas, se los reconoce como iguales y se valoran las diferencias. Sin embargo, si el otros distinto es percibido como aquel que viene a disputar un lugar de poder o el usufructo de bienes poseídos (la tierra, el trabajo, el alimentos, etc.). Ese otro adquiere, para el individuo o grupo que se siente desplazado, el sema de “peligrosidad”, y en consecuencia se lo ataca. Esta representación negativa del otro puede ser utilizada por los grupos de poder dentro de una sociedad para manejar la opinión del conjunto de integrantes, con finalidades políticas y económicas.
“Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que solo mi punto de vista, para el cual todos están allí y yo solo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí. Puedo concebir a esos otros como una abstracción, como una instancia de la configuración psíquica de todo individuo (…); o bien como grupo social concreto al que nosotros no pertenecemos. Ese grupo puede, a su vez, estar en el interior de la sociedad: las mujeres para los hombres (…); o puede ser exterior a ella, es decir, otra sociedad…”
Todorov, T. La conquista de América y la cuestión del otro.

1.    Tengan en cuenta la cita de Todorov y mencionen qué grupos son los “otros” en el interior de la sociedad de la que forman parte los gauchos.
2.      La figura del indio está presente como constante a lo largo del poema. Sin embargo, la valoración que le asigna Martín Fierro varía de la primera a la segunda parte. Rastreen a lo largo del poema los comentarios valorativos que hace Martín Fierro de los indios y compárenlos (principalmente en el canto III de la primera partes y en los cantos VII, VIII y XIX de la segunda).
3.   Lean los versos 889 a 930 (canto V) y mencionen cinco rasgos con los que Fierro caracteriza a los gringos, digan cómo son valorizados estos personajes desde el punto de vista del gaucho. Justifiquen con citas textuales.
4.      Piensen si además del indio y del gringo hay otros personajes que cumplan el rol de “el otro”. Justifiquen su respuesta con citas textuales.


Grupo 5 - Interpretaciones, versiones y continuaciones

El poema de José Hernández fue leído, valorado e interpretado de diversas maneras a través del tiempo. Distintas circunstancias históricas han generado perspectivas de lectura distintas y también se han privilegiado, según el contexto desde el cual el lector se ha acercado a él, algunos episodios por sobre otros. Hubo quienes se detuvieron más en los consejos del Viejo Vizcacha al hijo menor que en los de Fierro a sus hijos y al hijo de Cruz, o al revés. .. O que se sintieron atrapados por el episodio de la cautiva y su hijito, o por el famoso duelo de Fierro con la partida cuando el policía Cruz decide ponerse del lado del perseguido. El cine, la pintura, el teatro, la literatura han tomado el poema como inspiración y han contado historias que seguían alguno de los hilos narrativos que se entretejen en el poema. Particularmente en las décadas de 1960 y 1970, hubo creadores que leyeron la historia del gaucho perseguido como un símbolo de la lucha de la clase obrera y del peronismo proscrito. Las traducciones a numerosos idiomas prueban que el poema tiene que ver con algo más que con gauchos y con indios. Se tratan en él temas universales como la soledad, la injusticia, la amistad y el dolor ante la muerte.

1.      En la siguiente cita tomada de Josefina Ludmer El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, se destaca la importancia otorgada a la literatura gauchesca en nuestra cultura. Lean y respondan.
“La poesía gauchesca ha sido un acontecimiento tan en la historia de nuestra cultura, que nos llevó hasta ahora (…) a repetir y elegir uno u otro tono o fragmento para significar que somos argentinos, y también a reflexionar sobre la literatura política y la política de la literatura. (…) La literatura gauchesca dio dos tonos: el desafío de la lengua violenta y la guerra, y también el lamento por el despojo, la injusticia y la desigualdad ante la ley.”

¿En qué medida se puede afirmar lo mismo acerca de Martín Fierro? Argumenten sus afirmaciones sobre cada uno de los conceptos de Josefina Ludmer con ejemplos tomados del texto de Hernández, Presten especial atención a estas palabras clave: lengua violenta, guerra, lamento, injusticia, desigualdad.

2.      Busquen en el poema ejemplos de versos o estrofas que planteen temáticas de alcance universal. Con “universal” se intenta significar que concierne al hombre en tanto hombre, sin recalar en el origen geográfico, social o generacional (por lo menos seis)
3.      Busquen las siguientes representaciones pictográficas: Martín Fierro (1962) de Castagnino y Muerte de Cruz (1965) de De Ricardo Carpani. Busquen y agreguen una más y expliquen las escenas del poema que representa cada una. Analícenlas de la forma más completa que puedan.  
4.      Investiguen los siguientes films: Martín Fierro (1968) dirigido por Leopoldo Torre Nilson; Los hijos de Fierro (1975), dirigida por Fernando “Pino”Solanas, y Martín Fierro, el ave solitaria (2005) de Gerardo Vallejo. Busquen en Internet información sobre cada uno de los films, sobre sus directores y sobre las circunstancias históricas en que se filmaron. Escriban un breve informe al respecto.

lunes, 18 de junio de 2012

Moby Dick en música

A partir de un tema o de una obra, surgen otras que retoman la misma historia y a sus personajes. En este caso, Moby Dick. En el siguiente link encuentran una canción de Led Zeppelin (con un excelente solo de batería) llamada Moby Dick. Y más abajo, la mima canción pero en la versión local de Divididos





martes, 5 de junio de 2012


Apología del Matambre – Cuadro de Costumbres Argentinas  de Esteban Echeverría
Guía de análisis

  1.  ¿Qué es una apología? 
  2. A través del “matambre” Echeverría hace alusión ¿A qué otra cosa? 
  3. ¿En qué momento pueden ver el contexto histórico de esta apología? 
  4. ¿Qué carácter tiene el texto? ¿Oral o escrito? ¿Por qué? 
  5. Analizar el último párrafo y sacar conclusiones 
  6. Marcar en el texto los pasajes en que se ve:
a.      Los ideales de libertad y de progreso
b.     El amor a la patria (en dezmero de los españoles)
c.      El color local que se implementa en los textos en el Romanticismo




El dragón—Ray Bradbury
La noche soplaba en el escaso pasto del páramo. No había ningún otro movimiento. Desde hacía años, en el casco del cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo atrás, se habían desmoronado algunos pedruscos convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba en el alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.
Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.
-¡No, idiota, nos delatarás!
-¡Qué importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a kilómetros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.
-Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos...
-¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
-¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.
-¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!
-¡Espera, escucha!
Los dos hombres se quedaron quietos.
Aguardaron largo tiempo, pero sólo sintieron el temblor nervioso de la piel de los caballos, como tamboriles de terciopelo negro que repicaban en las argollas de plata de los estribos, suavemente, suavemente.
-Ah... -el segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas. Todo sucede aquí. Alguien apaga el Sol; es de noche. Y entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Dicen que este dragón tiene ojos de fuego y un aliento de gas blanquecino; se le ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a la salida del Sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también nosotros?
-¡Suficiente, te digo!
-¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.
-Novecientos años después de Navidad.
-No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-. En este páramo no hay Tiempo, hay sólo Eternidad. Pienso a veces que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría nacido todavía, las cosas estarían cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los maderos no cortados aún en los bosques; no preguntes cómo sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ampare!
-¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
-¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.
Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo. En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino sólo dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un cristal verde; el inmenso ventanal descendente, el relámpago. Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.
-Mira... -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá.
A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido: el dragón.
 Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desierta y el dragón, rugiendo, se acercó y se acercó todavía más. La deslumbrante mirilla amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro y, en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.
-¡Pronto!
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
-¡Pasará por aquí!
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballos.
-¡Señor!
-Sí; invoquemos su nombre.
En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso y, con ímpetu demoledor, la bestia prosiguió su carrera.
-¡Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó y el monstruo negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.
-¿Viste? -gritó una voz-. ¿No te lo había dicho?
-¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
-¿Vas a detenerte?
-Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé que siento.
-Pero atropellamos algo.
El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.
Una ráfaga de humo dividió la niebla.
-Llegaremos a Stokel a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?
Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.