El
vitalismo de Quiroga
La
vida de Horacio Quiroga es una sucesión de hechos de la más diversa índole y
extracción. Algunos tienen que ver con la Suerte, inmanejable de la vida
humana. Eso que se ha dado llamar Destino, a propósito de las muertes trágicas
diseminadas en un su trayectoria vital, que culminan en la propia, buscada por
libre decisión al enterarse de lo incurable de su enfermedad. Sobre eso último
mucho se ha hablado y elaborado, como si se quisiera ver únicamente el negativo
de un retrato. Insistiremos aun en otra faz: la de su inmensa vitalidad, que se
traducía en acción pura, incansable. Quiroga era apasionado por la acción,
tanto como podía aparecer hosco o hermético a personas que no gozaban de su
confianza y/o simpatía. Abre cauce a su ingenio creador y experimentador, a su
espíritu industrioso y aventurero; prueba de todo en la vida, se autofirma en
un yo original. Al mismo tiempo, esa libertad en el obrar frecuentemente a
contrapelo con las normas establecidas, desde usar barba y ser un “intelectual”
que maneja la azada a pleno sol y recibe a quienes lo visitan vestido con un sucinto
pantalón corto has casarse por dos veces consecutivas con mujeres “jóvenes como
grosellas” e intentar cada vez la construcción de un mundo propio en su meseta
–como llamaba en la realidad y la ficción al lugar elegido para establecer su
casa, en San Ignacio. Si iniciaba empresas nuevas, no lo hacía guiado por el
afán de enriquecerse- casi siempre fracasó en el aspecto económico- sino
fundamentalmente, por la aventura de atacar caminos intransitados y aún
repetirlos. Pocas vidas –Quiroga murió a los 58 años recién cumplidos-
presentan esa variedad de actividades, prueba de un ánimo dinámico y
emprendedor, a despecho de los obstáculos y/o fatalidades que se le pudieran
presentar.
Quiroga
escribió sobre todas estas experiencias vividas en forma de artículos que
fueron publicándose en diarios y revistas, desde las de Salto y Montevideo, en
su primera época, hasta Caras y Caretas, La Prensa, etc. en nuestro país. Sus
obras inéditas y desconocidas abarcan ocho volúmenes con un promedio aproximado
de 130 páginas cada uno. A estos debemos sumar los volúmenes de cuentos
conocidos, con los que vendría a resultar Quiroga uno de los escritores más
prolíficos de su época.
Ciclismo
Desde
muy joven practicó el ciclismo, que era un deporte novedoso y de moda durante
los últimos años del siglo XIX. Unió su pasión por el deporte con las letras y
escribió varias crónicas de sus experiencias en bicicleta y de su amor por la
disciplina. Teorizó al respecto y se dice que ayudó económicamente en la
instalación de una de las primeras pistas-parque en Salto, para la práctica del
ciclismo. Queda claro que detrás del entusiasmo por el novedoso vehículo, está
una “filosofía de vida” que le hace buscar los medios de “tracción a sangre”,
esto es los que requieren el esfuerzo personal directo para lograr así triunfos
que importen. En Misiones no hará sino ejercitar este principio. Este
entusiasmo por la bicicleta habrá de trasladarse luego a la motocicleta con la
que atronaba las calles de San Ignacio en Misiones o el viejo Ford, con
idénticos recorridos y efectos sobre la paz pueblerina.
Fotografía
La
fascinación entre lo nuevo, ante lo que rompe con la vida habitual establecida
(tal como la velocidad de las máquinas) habrá de darse también hacia la
fotografía, factor determinante de su contacto con Misiones, cuando integró la
expedición de su amigo Lugones a las ruinas jesuíticas en calidad de fotógrafo.
Un documento impresionante de esta afición es la “Cámara oscura”, cuento que
profundiza en el ser mismo de la profesión de fotógrafo como re-velador de
rostros y eternizador de gestos de la vida; en el caso del cuento, la aparición
del rostro del muerto, que se va plasmando ante los ojos del que revela la
placa.
Quiroga
es hijo de la modernidad y lleva inmediatamente a la ficción los elementos que
se incorporan a la vida moderna, pero no como simples objetos decorativos o
cuya descripción interesa por ser moda, sino adentrándose en profundidades,
cuestionando a través de esos elementos, la propia realidad palpable.
Es
lo que sucede con la cinematografía. Es la época de las primeras películas del
cine sonoro. En varios cuentos Horacio Quiroga presenta espectros fílmicos que
se salen de la pantalla y se encarnan; muertos que siguen viviendo a través del
celuloide; mujeres hermosas, actrices inmateriales en las imágenes proyectadas
que de pronto se encarnan, etc. En algunos cuentos como “La insolación”
podríamos reconocer una técnica cinematográfica en la perspectiva objetivista
de seguimiento al protagonista Mister Jones; en “El hijo” es reconocible dicha
técnica en el modo como engarza las escenas, especialmente las del padre en el
taller, paralelamente a lo que imagina de su hijo en la selva. Es indudable que
Quiroga, narrador innato, fue incorporando a su arte todo lo que las nuevas
técnicas le aportaban, asó como las iba incorporando a su vida en el afán de
experimentarlo todo.
Industriosidad
y artesanía
Una
vez en Misiones, Quiroga fue agricultor, plantador de banana, algodón, tabaco;
macheteador, decubiertero; siembra, poda, injerta, aclimata especies raras,
obtiene frutos exóticos; prueba a elaborar esencias y jarabes, destila vino de
naranjas, es albañil y carpintero, caza en el monte, atrapa víboras para
extraerles el veneno, o bien para tomarlas de modelo, ya que también talló y
modeló en arcilla; los motivos predominantes fueron figuras zoomorfas
(reptiles, ofidios); hoy, lamentablemente está perdida esta colección. No se
tiene noticias de su paradero.
Entre
los libros y revistas que se conservan en su casa-museo en San Ignacio se
descubren muchos volúmenes de temas mecánicos, técnicos y científicos. Lo mismo
entre su correspondencia personal, se encuentran instrucciones específicas para
reparaciones de casas, arreglo de alambrados, excavación de pozos de agua,
pelado de naranjas para vender las cáscaras y más.
Se
las ingeniaba para enfrentarse a las plagas que amenazaban sus plantaciones,
como la hormiga minera, a la que denomina la “institución nacional más dañina”.
Narra anécdotas, algunas rayanas en lo fantástico, para un lector desprevenido,
enumera y describe procedimientos de defensa y de ataque para esta tortura de
la agricultura misionera.
En
lo que respecta a las personas, ha trazado semblanzas (y andanzas) de seres que
por Misiones se movieron y compartieron con él su gusto por la originalidad de
vida y el entusiasmo por empresas nuevas. Tal lo que nos dice del padre
maronita Kassab, pionero de la cría del gusano de seda e iniciador del
experimento de destilar vino de naranjas. Cabe destacar que Quiroga creará el
personaje trágico del Dr. Else, destilador de naranjas, sabio extranjero, que
acaba en el delirium tremens para su galería de “tipos humanos” de Los
Desterrados. El cuento allí contenido se llama, precisamente, “Los
destiladores de naranjas”.
De
sus experiencias de vida no queda la menor duda del conocimiento que tenía
Quiroga de Misiones. Así queda reflejado en sus páginas. El arraigo a la tierra
y el apego a la naturaleza tropical que fue para él su patria, son ejes claves
para leer y entender su obra.
Quiroga,
hombre de misiones
Quiroga,
al igual que tantos viajeros llegados a Misiones de paso, eligió vivir en ella,
cautivado por las bondades de su clima y el hechizo ancestral de la selva que,
cosa indudable, se correspondía en un todo con su espíritu, su sed de aventura
y su incansable actividad. Una tierra dinámica exige un constante accionar de
aquel que vive en y de ella. En el volumen que reúne sus notas sobre La vida
en Misiones hallamos algo así como la “teoría” o explicación racional
fenomenológica acerca del porqué de su elección; el encanto del “paraíso” que
debe ser conquistado con el esfuerzo. Esto resulta fundamental para darle marco
a muchos de sus cuentos. Las alteraciones climáticas –unidas a la generosidad
de la tierra y de su vegetación- aportan al “hombre de vanguardia” un magnífico
sostén. Significan una ruptura constante de la monotonía que, en el trópico,
sería “demasiado enervadora” al proporcionar “tibieza demasiado sedante”.
Al
hacer la descripción del ambiente se detiene largamente sobre todo lo
característico misionero; amén del “clima subtropical con bajas extremas”,
influyen en el hombre el suelo accidentado, la flora, la fauna, las noches
intensas, el sol.
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