El cuento policial - Jorge Luis Borges.
Hay un libro titulado El
florecimiento de la nueva Inglaterra, de Van Wyck Books. Este libro trata
de un hecho extraordinario que sólo la astrología puede explicar: el
florecimiento de hombres-genios, en una breve parte de Estados Unidos, durante
la primera mitad del siglo XIX. Prefiero, evidentemente, a este New England que tiene tanto de Old England. Sería fácil hacer
una lista infinita de nombres. Podríamos nombrar a Emily Dickinson, Herman
Melville, Thoreau, Emerson, William James, Henry James y, desde luego, a Edgar
Allan Poe, que nació en Boston, creo que en el año
1809. Mis fechas son, como se sabe, débiles. Hablar del
relato policial es hablar de Edgar Allan Poe, que inventó el género; pero antes
de hablar del género conviene discutir un pequeño problema previo: ¿existen, o
no, los géneros literarios?
Es sabido que Croce, en unas páginas de su Estética –su formidable Estética-, dice: “… Afirmar que
un libro es una novela, una alegoría o un tratado de estética tiene, más o
menos, el mismo valor que decir que tiene las tapas amarillas y que podemos
encontrarlo en el tercer anaquel a la izquierda”. Es decir, se niegan los
géneros y se afirman los individuos. A esto cabría decir que, desde luego,
aunque todos los individuos son reales, precisarlos es generalizarlos. Desde
luego, esta afirmación mía es una generalización y no debe ser permitida.
Pensar es generalizar y necesitamos esos útiles
arquetipos platónicos para poder afirmar algo. Entonces, ¿por qué no afirmar que
hay géneros literarios? Yo agregaría una observación personal: los géneros
literarios dependen, quizás, menos de los textos que del modo en que éstos son
leídos. El hecho estético requiere la conjunción del lector y del texto y sólo
entonces existe. Es absurdo suponer que un volumen sea mucho más que un
volumen. Empieza a existir cuando un lector lo abre. Entonces existe el
fenómeno estético, que puede parecerse al momento en el cual el libro fue
engendrado.
Hay un tipo de lector actual, el lector de ficciones
policiales. Ese lector ha sido –ese lector se encuentra en todos los países del
mundo y se cuenta por millones- engendrado por Edgar Allan Poe. Vamos a suponer
que no existe ese lector, o supongamos algo quizá más interesante; que se trata
de una persona muy lejana de nosotros. Puede ser un persa, un malayo, un
rústico, un niño, una persona a quien le dicen que el Quijote es una novela
policial; vamos a suponer que ese hipotético personaje haya leído novelas
policiales y empiece a leer el Quijote. Entonces, ¿qué lee?
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero
acordarme, no hace mucho tiempo vivía un hidalgo…
y ya ese lector está lleno de sospechas, porque el lector de novelas policiales
es un lector que lee con incredulidad, con suspicacias, una suspicacia
especial.
Por ejemplo, si lee: En un lugar de la Mancha…, desde
luego supone que aquello no sucedió en la Mancha. Luego: …de cuyo nombre no
quiero acordarme…, ¿por qué no quiso acordarse Cervantes? Porque sin duda
Cervantes era el asesino, el culpable. Luego… no hace mucho tiempo…
posiblemente lo que suceda no será tan aterrador como el futuro. La novela
policial ha creado un tipo especial de lector. Eso suele olvidarse cuando se
juzga la obra de Poe; porque si Poe creó el relato policial, creó después el
tipo de lector de ficciones policiales. Para entender el relato policial
debemos tener en cuenta el contexto general de la vida de Poe. Yo creo que Poe
fue un extraordinario poeta romántico y fue más extraordinario en el conjunto
de su obra, en nuestra memoria de su obra, que en una de las páginas de su
obra. Es más extraordinario en prosa que en verso. En el verso de Poe ¿qué
tenemos? Tenemos aquello que justificó lo que Emerson dijo de él: lo llamó the jingleman; el hombre del
rentintín, el hombre del sonsonete. Tenemos a un Tennyson muy menor, aunque
quedan líneas memorables. Poe fue un proyector de sombras múltiples. ¿Cuántas
cosas surgen de Poe?
Edgar Allan Poe (…) Deriva la idea de la literatura como
un hecho intelectual y el relato policial. El primero –considerar la literatura
como una operación de la mente, no del espíritu- es muy importante. El otro es
mínimo, a pesar de haber inspirado a grandes escritores (pensamos en Stevenson,
Dickens, Chesterton –el mejor heredero de Poe-).
(…) Creo que Poe tenía ese orgullo de la inteligencia, él
se duplicó en un personaje, eligió un personaje lejano –el que todos conocemos
y que, indudablemente, es nuestro amigo aunque él no trata de ser nuestro
amigo-: es un caballero, Auguste Dupin, el primer detective de la historia de
la literatura. Es un caballero francés, un aristócrata francés muy pobre, que
vive en un barrio apartado de París, con un amigo.
Aquí tenemos otra tradición del cuento policial: el hecho
de un misterio descubierto por obra de la inteligencia, por una operación
intelectual. Este hecho está ejecutado por un hombre muy inteligente que se
llama Dupin, que se llamará después Sherlock Holmes, que se llamará más tarde
el padre Brown, que tendrá otros nombres, otros nombres famosos sin duda. El
primero de todos ellos, el modelo, el arquetipo podemos decir, es el caballero
Charles Auguste Dupin, que vive con un amigo y él es el amigo que refiere la
historia. Esto también forma parte de la tradición, y fue tomado mucho tiempo
después de la muerte de Poe por el escritor irlandés Conan Doyle. Conan Doyle
toma ese tema, un tema atractivo en sí, de la amistad entre dos personas
distintas, que viene a ser, de alguna forma, el tema de la amistad entre don
Quijote y Sancho, salvo que nunca llegan a una amistad perfecta (…).
Conan Doyle imagina un personaje bastante tonto, con una
inteligencia un poco inferior a la del lector, a quien llama el doctor Watson;
el otro es un personaje un poco cómico y un poco venerable, también: Sherlock
Holmes. Hace que las proezas intelectuales de Sherlock Holmes sean referidas
por su amigo Watson, que no cesa de maravillarse y siempre se maneja por las
apariencias, que se deja dominar por Sherlock Holmes y a quien le gusta dejarse
dominar.
Todo eso ya está en ese primer relato policial que
escribió Poe, sin saber que inauguraba un género, llamado The Murders in the Rue Morgue (Los crímenes de la calle Morgue). Poe
no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un
género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un género
fantástico de la inteligencia, no de la imaginación solamente; de ambas cosas
desde luego, pero sobre todo de la inteligencia.
Él pudo haber situado sus crímenes y sus detectives en
Nueva York, pero entonces el lector habría estado pensando si las cosas se
desarrollan realmente así, si la policía de Nueva York es de ese modo o de
aquel otro. Resultaba más cómodo y está más desahogada la imaginación de Poe
haciendo que todo aquello ocurriera en París, en un barrio desierto del sector
Saint Germain. Por eso el primer detective de la ficción es un extranjero, el
primer detective que la literatura registra es un francés. ¿Por qué un francés?
Porque el que escribe la obra es un americano y necesita un personaje lejano.
Para hacer más raros a esos personajes, hace que vivan de un modo distinto del
que suelen vivir los hombres. Cuando amanece corren las cortinas, prenden las
velas y al anochecer salen a caminar por las calles desiertas de París en busca
de ese infinito azul, dice
Poe, que sólo da una gran ciudad durmiendo; sentir al mismo tiempo lo
multitudinario y la soledad, eso tiene que estimular el pensamiento.
Yo me imagino a los dos amigos recorriendo las calles
desiertas de París, de noche, y hablando ¿sobre qué? Hablando de filosofía,
sobre temas intelectuales. Luego tenemos el crimen, ese crimen es el primer
crimen de la literatura fantástica: el asesinato de dos mujeres. Yo diría los
crímenes de la Rue Morgue, crímenes es más fuerte que asesinato. Se trata de esto:
dos mujeres que han sido asesinadas en una habitación que parece inaccesible.
Aquí Poe inaugura el misterio de la pieza cerrada con llave. Una de las mujeres
fue estrangulada, la otra ha sido degollada con una navaja. Hay mucho dinero,
cuarenta mil francos, que están desparramados por el suelo, todo está
desparramado, todo sugiere la locura. Es decir, tenemos un principio brutal,
inclusive terrible, y luego, al final, llega la solución.
Pero esta solución no es solución para nosotros, porque
todos nosotros conocemos el argumento antes de leer el cuento de Poe. (…)
¿Quién podría pensar, además, que el asesino iba a resultar siendo un
orangután, un mono?
Se llega por medio de un artificio: el testimonio de
quienes han entrado a la habitación antes de descubrirse el crimen. Todos ellos
han reconocido una voz ronca que es la voz de un francés, han reconocido
algunas palabras, una voz en la que no hay sílabas, han reconocido una voz
extranjera. El español cree que se trata de un alemán, el alemán de un holandés,
el holandés de un italiano, etcétera; esa voz es la voz inhumana del mono, y
luego se descubre el crimen; se descubre, pero nosotros ya sabemos la solución.
Por eso podemos pensar mal de Poe, podemos pensar que sus argumentos son tan
tenues que parecen transparentes. Lo son para nosotros, que ya los conocemos,
pero no para los primeros lectores de ficciones policiales; no estaban educados
como nosotros, no eran una invención de Poe como lo somos nosotros. Nosotros,
al leer una novela policial, somos una invención de Edgar Allan Poe. Los que
leyeron ese cuento se quedaron maravillados y luego vinieron los otros.
(…)
Tenemos, pues, al relato policial como un género
intelectual. Como un género basado en algo totalmente ficticio; el hecho es que
un crimen es descubierto por un razonador abstracto y no por delaciones, por
descuidos de los criminales. Poe sabía que lo que él estaba haciendo no era
realista, por eso sitúa la escena en París; y el razonador era un aristócrata,
no la policía; por eso pone en ridículo a la policía. Es decir, Poe había
creado un genio de lo intelectual. ¿Qué sucede después de la muerte de Poe?
Muere, creo, en 1849; Walt Whitman, su otro gran contemporáneo, escribió una
nota necrológica sobre él, diciendo que Poe
era un ejecutante que sólo sabía tocar las notas graves del piano, que no representaba a la democracia
americana –cosa que Poe nunca
se había propuesto. Whitman fue injusto con él y también Emerson lo fue.
(…)
En Inglaterra, donde este género es tomado desde el punto
de vista psicológico, tenemos las mejores novelas policíacas que se han
escrito: las de Wilkie Collins, La
dama de blanco y La piedra lunar. Luego tenemos
a Chesterton, el gran heredero de Poe. Chesterton dijo que no se habían escrito
cuentos policiales superiores a los de Poe, pero Chesterton –me parece a mí- es
superior a Poe. Poe escribió cuentos puramente fantásticos. Digamos La máscara de la muerte roja,
digamos El tonel deamontillado,
que son puramente fantásticos. Además cuentos de razonamiento como esos cinco
cuentos policiales. Pero Chesterton hizo algo distinto, escribió cuentos que
son, a la vez, cuentos fantásticos y que, finalmente, tienen una solución
policial. (…)
Actualmente, el género policial ha decaído mucho en
Estados Unidos. El género policial es realista, de violencia, un género de
violencias sexuales también. En todo caso, ha desaparecido. Se ha olvidado el
origen intelectual del relato policial. Éste se ha mantenido en Inglaterra,
donde todavía se escriben novelas muy tranquilas, donde el relato transcurre en
una aldea inglesa; allí todo es intelectual, todo es tranquilo, no hay
violencia, no hay mayor efusión de sangre. He intentado el género policial
alguna vez, no estoy demasiado orgulloso de lo que he hecho. Lo he llevado a un
terreno simbólico que no sé si cuadra. He escrito La muerte y la brújula. Algún
texto policial con Bioy Casares, cuyos cuentos son muy superiores a los míos.
Los cuentos de Isidro Parodi, que es un preso que, desde la cárcel, resuelve
los crímenes.
¿Qué podríamos decir como apología del género policial?
Hay una que es muy evidente y cierta: nuestra literatura tiende a lo caótico.
Se tiende al verso libre porque es más fácil que el verso regular; la verdad es
que es muy difícil. Se tiende a suprimir personajes, los argumentos, todo es
muy vago. En esta época nuestra, tan caótica, hay algo que, humildemente, ha
mantenido las virtudes clásicas: el cuento policial sin principio, sin medio y
sin fin. Éstos los han escrito escritores subalternos, algunos los han escrito
escritores excelentes: Dickens, Stevenson y sobre todo, Wilkie Collins. Yo
diría, para defender la novela policial, que no necesita defensa; leída con
cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden. Esto es
una prueba que debemos agradecerle y es meritorio.
16 de junio de 1978.
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