sábado, 16 de marzo de 2013

Mitos latinoamericanos

Iobec Mapic, árbol de sal (mocovíes)
            Cuenta la leyenda que cuando Cotaá, el Dios del pueblo Mocoví, creó el mundo, quiso regalarle a los hombres una planta que sirviera de alimento. Miró y observó bien la tierra, después de mucho pensar, creó el Iobec Mapic, Árbol de sal, una especie de helecho gigante que parece una palmera. Lo esparció por las tierras donde vivían los mocovíes, y así se aseguró que no les faltara alimento.
            Neepec, el diablo, como siempre, estaba espiando a ver qué hacía Cotaá, cuando vio el hermoso regalo que les había hecho a los hombres, sintió mucha envidia, entonces se propuso destruir la planta, para que no tuvieran con qué alimentarse.
            Pensó y pensó hasta que se le ocurrió una maldad, se elevó por los aires y fue volando hasta unas inmensas salinas. Llenó un cántaro enorme con agua salada para arrojarlo sobre las matas, y así quemarlas con el salitre.
            Cotaá conocía muy bien las maldades de Neepec, descubrió el plan y lo esperó escondido entre las plantas. Cuando lo vio volcar el agua sobre la selva, acarició la tierra, hundió en ella sus dedos suavemente y entonces las raíces absorbieron el agua. La sal se mezcló con la savia y las hojas tomaron su sabor, las plantas no se murieron.
            Los mocovíes estaban preocupados, pensaron que habían perdido su alimento, pero Cotaá les mostró que la planta no había perdido su utilidad, como la sabia ahora era salada podían condimentar las carnes de los animales salvajes que cazaran y otros alimentos.
            Y dicen que Neepec se fue por ahí a pensar otra maldad para vengarse.



La vida y la luz (chibchas)
            En el comienzo todo era la oscuridad.
            En el comienzo la tierra era blanda y fía.
            En el comienzo no había plantas ni animales. Todo era desolación.
            No había hombres. Los únicos seres vivos sobre la tierra eran el dios Nemequene, su mujer y su hijo.
            Nemequene un día quiso crear la vida en la tierra. Tomó un poco de barro blando, y modeló las figuras de los hombres y de los animales. Trabajó con empeño varios días dándoles forma a las figuras, pero los muñecos que hacía no tenían vida. No se movían, no respiraban.
            Entonces Nemequene envió a su hijo al cielo para que iluminara la tierra. El joven llegó al cielo y se convirtió en Súa, el sol. Lo rayos brillantes de Súa iluminaron la tierra. El barro se calentó, y brotaron hierbas, árboles y plantas. Todo floreció, y el paisaje se puso verde. El agua corrió formando ríos, arroyos y lagos. Y el calor del sol le puso vida a los muñecos de barro que Nemequene había hecho.
            Algunos se convirtieron en pájaros y vivieron en los bosques, alegrándolos con sus trinos y haciendo sus nidos en los árboles. Otros se convirtieron en peces y nadaron libres poblando los ríos y los lagos. Otros se convirtieron en distintos animales, y otros, en los seres humanos.
            Pero las gentes creadas por Nemequene no estaban conformes, porque la luz y el calos de Súa les llegaban solamente unas horas. Cada noche, mientras Súa descansaba, volvía la oscuridad. Entonces le pidieron ayuda a Nemequene.
Nemequene amaba a los seres que había creado y quiso ayudarlos. Así que subió al cielo y se convirtió en Chía, la luna. De este modo, compartió la tarea de iluminar al mundo con su hijo. Súa iluminaba con sus rayos de luz sobre la tierra de día, y Chía, de noche.
            Desde entonces, las gentes creadas por Nemequene nunca se olvidaron de darle las gracias. Celebraban fiestas en honor de Súa y Chía, y dicen que, a veces, dedicaban sus hijos al sol y la luna llamándolos suachía, antes de darles nombres propios.
            Cuentan que así fue cómo se creó la vida en el mundo, según lo recuerdan los chibchas.


Manco Cápac, hijo del sol (incas)
            Hubo un tiempo en que la humanidad parecía vivir solo para la guerra y las fiestas. Inti, el dios creados, molesto con lo que sucedía, envió a la Tierra a su hijo Manco Cápac y a su esposa, Mama Oullo Dacha, para que le enseñaran a la gente a vivir civilizadamente.
            La pareja llegó a Cuzco, levantaron allí su campamento y reunieron a todo el pueblo a su alrededor. Manco les enseñaba a los hombres las tareas de agricultura, a trabajar la tierra, arar, sembrar, a construir canales para regar y a cazar.
            Mama Oullo enseñaba a las mujeres el arte del tejido, y el hilado de lana de llama y de vicuña.
            Se organizó un pueblo en los alrededores de Cuzco. Bajo las órdenes de la pareja celestial, la tierra del Perú tenía todo lo necesario para vivir bien. El creado comenzó a levantar los pueblos y naciones de esa región moldeándolos en arcilla y pintando la ropa que cada uno de ellos llevaría. Pintó sus vestidos, sus sombreros, su pelo largo o corto. A cada nación le dio la lengua que hablaría, las canciones que iban a cantar, las semillas para la siembra, la comida.
            Cuando terminó su trabajo, les dio alma y les dio vida. Les ordenó que caminaran bajo la tierra, y cada nación brotó en el lugar en el que se le había ordenado. Vinieron desde las montañas, de las cuevas, de los árboles, de los lagos, de distintos lugares para multiplicarse y comenzar a poblar la región. Hicieron altares y huacas (lugares sagrados) para recordar el origen de su linaje.
            Dicen que el primero que nació en ese lugar se convirtió en piedra. Otros se convirtieron en halcones, cóndores, en otras aves y distintos animales. Por eso las huacas tienen variadas configuraciones.


El mito de Yacana, la constelación de la llama (incas)
            A Yacana, la llama, por la noche le gustaba tomar agua de los ríos.
            Cuentan que, su andando por ahí se cruzaba con alguien, le traía mucha suerte. Si la persona podía agarra una pequeña fibra de su lana, a la mañana siguiente se encontraba con una montaña de lana de todos los colores. Quien se beneficiaba con la suerte de Yacana tenía que adorar la lana justo en el lugar en donde la había encontrado.
            Si el afortunado no tenía llamas en su corral, tenía que comprar una hembra y un macho que le darían una descendencia de dos mil animales.
            Y las gentes fueron tan agradecidas que Yacana se convirtió en una constelación- Por la noche, se la puede ver caminando por la Vía Láctea.
            A la media noche, sin que nadie lo sepa, la Yacana bebe toda el agua del mar porque, di no, el mar inundaría el mundo entero.
            Esto se cuenta en Perú desde tiempos muy antiguos.


Mito azteca de la creación (aztecas)
            Cuentas que el dios Tonacatecuhtli y su mujer, la diosa Tonacacihualt, vivían en el decimotercer cielo. Tuvieron cuatro hijos. El mayor, Tezcatlipoca rojo. Al segundo hijo le pusieron de nombre Tezcatlipoca negro. Al tercero lo llamaron Quetzalcóatl, conocido también como Noche y viento. Y al más pequeño lo llamaron Huitzilopochtli, Señor del hueso, porque nació sin carne, con los huesos desnudos.
            En ese entonces no existía el mundo ni existía la humanidad, y durante seiscientos años, no hicieron nada los dioses. Fueron años de quietud.
            Pasó este largo período, y los cuatro hijos de Tonacatecuhtli se juntaron para pensar y organizar lo que harían, y la ley que tendrían.
            Quetzalcóartl y Huizilopochtli fueron los encargados de dar las órdenes. Entonces hicieron el fuego; después medio sol que, como no estaba entero, alumbraba poco. Crearon los cielos y comenzaron por el más alto, desde el decimotercero para abajo.
            Crearon el agua en la que criaron a un pez grande que llamaron Cipactli, parecido al caimán.
            Se juntaron los cuatro hermanos y crearon a Tláloc y a Chalchiutlicue, dioses del agua, a los que se les pedía cuando tenían necesidad de ella.
            Otro, en cambio, dicen que Quetzalcóatl y Tezcatlipoca crearon la tierra. Bajaron a la diosa del cielo y la dividieron, separando así la tierra del cielo. De sus largos cabellos se hicieron los árboles, arbustos, hierbas y flores. De sus ojos, los pozos, las fuentes de agua y las cuevas; de su boca, los ríos y cavernas; y de su nariz, los valles y las montañas.
            Luego hicieron al hombre, Oxomoco, y a la mujer llamada Cipactónal. Les dijeron que tenían que trabajar para conseguir alimentos. A él le enseñaron a labrar la tierra, a sembrar y a cosechar. A ella le enseñaron a hilar y a tejer.
            Cipactónal recibió el don de la curación a través de ciertos granos de maíz que le fueron entregados por los dioses para la cura, las adivinanzas y hechicerías.
            De esta primera pareja humana, dicen que nación la gente del pueblo.


Cómo nació Tenochtitlán (aztecas)
            Una vez Huizilopochtli, dios de la guerra, tuvo una pelea con su hermana Malinalxochitl, y la abandonó para fundar lejos de allí un reino para su pueblo.
            Malinalxochitl, que era una mujer inteligente y valerosa, se quedó con sus súbditos y formó el reino de Malinalco.
            Su hijo Copil creció escuchando la historia que contaba su madre sobre el abandono de Huizilopochtli.
            Los años pasaron, y Copil se convirtió en un joven valiente, diestro en las artes de la caza y de la guerra. El había jurado castigar a Huizilopochtli por haber abandonado a su madre, y consideró que había llegado el momento.
            Tomó sus armas y partió en busca de Huitzipochtli, quien ya estaba enterado de que el joven iba a buscarlo, porque este les contaba a todos sus propósitos. El dios envió al encuentro de Copil a los sacerdotes. Les dio la orden de sacarle el corazón y llevárselo como ofrenda. Estos planearon la estrategia para el ataque. Cuando cayó la noche, atravesaron las aguas del lago y llegaron a tierra cerca del campamento de Copil, quien dormía muy tranquilo con sus guerreros. Los sacerdotes avanzaron sigilosamente hasta encontrar a Copil. Se acercaron a él y, de una puñalada, abrieron su pecho y le sacaron el corazón.
            Al amanecer, cuando despertaron, los guerreros se encontraron con que su jefe había muerto. Los enemigos habías pasado entre ellos sin dejar huella.
            Los sacerdotes le entregaron la ofrenda a Huitzilopochtli. El dios les ordenó que lo enterraran en el lago en un cañaveral con un montón de rocas. Esa noche, los sacerdotes fueron hacia el lugar y enterraron el corazón.
            A la mañana siguiente, vieron que allí había brotado un tunal. El corazón de Copil se había convertido en un gran tunal con hermosas flores rojas. Huitzipochtli decidió que ese lugar con el enorme y hermoso tunal llevaría el nombre de Tenochtitlán, que significa “tunal que nace de la piedra sagrada”.

            Hoy, es la ciudad de México.

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